Estudios
Las perspectivas de las Relaciones Internacionales de Chile en su bicentenario.(*)
Carlos Martínez Sotomayor
Académico de Número Academia Chilena de Ciencias Sociales, Políticas y MoralesI. Después de la segunda guerra mundial
La postguerra significó un nuevo y fuerte impulso a la política de intercambio de Chile. Con el surgimiento de los mecanismos multilaterales y bilaterales de cooperación técnica, Chile encuentra también una oportunidad para reforzar su inserción en el mundo internacional.
En esta época se comprueba aún más el valor de una conducta producto de un proceso de formación nacional abierto al mundo internacional. Se denota en Chile una gran agilidad para absorber el conocimiento universal, muy acelerado en algunos sectores por la Guerra reciente, y una actitud generosa para brindar el ya notorio acervo logrado por el desarrollo de la educación y la cultura en el país.
La actitud de nuestros gobiernos permite estar presente en todas las iniciativas importantes del período y, más aún, ser el autor de algunas ideas que serían fundamentales para el desarrollo latinoamericano. Los casos más destacados son el establecimiento de la Conexión Económica para América Latina, y el Banco Interamericano de Desarrollo.
La nueva Organización de los Estados Americanos que se había creado en 1948, ofrece oportunidad a nuestro país para contribuir a una expresión de cooperación multilateral en que también la presencia internacional chilena estaría presente. Asimismo, en las nuevas concepciones modernizadoras del desarrollo y la integración se destaca Chile, partícipe de grupos de estudiosos de América Latina que impulsan el Programa de Alianza para el progreso e importantes iniciativas en diversos campos económicos y sociales.
Esta presencia y prestigio internacional del país había culminado en, 1955 con la elección de don José Maza Fernández como Presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, así como antes de la segunda guerra recibiera igual distinción don Agustín Edwards Mac-Clure en la Sociedad de las Naciones.
Es en esos años, también, cuando se observa una masiva participación de profesionales chilenos en los organismos internacionales de reciente creación. Ellos tendrán oportunidad de ejercer su voluntad de cooperación y captar experiencias interesantes, que a la larga ayudarán a mejorar nuestro proceso de desarrollo.
Pocas veces Chile estuvo tan presente en el mundo latinoamericano, como en el momento en que se institucionalizan los mecanismos de asistencia técnica internacional, porque se le ofrecía un escenario para el cual se había preparado por decenios y porque la colaboración y la apertura ya formaban parte de su historia.
La acción internacional de Chile se expresó también en otras iniciativas que han puesto a la cultura y la vocación internacional de nuestro país en la vanguardia del progreso de la región americana. Por ejemplo, en la contribución efectuada al Derecho del Mar a partir de la proclamación chilena de 1947; al desarrollo del Sistema Antártico; a las políticas relativas al Medio Ambiente, entre muchos otros temas que requieren de la cooperación internacional.
Particularmente significativa fue esta proyección internacional, en el ámbito latinoamericano, donde Chile participó decisivamente en la configuración de la personalidad internacional de nuestra región. Las principales iniciativas conducentes a la creación de los mecanismos de integración económica regional se han originado en medida importante en nuestro país, ya sea en la etapa de su concepción o de su materialización. No puede olvidarse en este sentido la importante gestión que le correspondiera en el nacimiento del Grupo Andino y en la Organización de la Comisión Especial de Coordinación Latinoamericana.
Algunas políticas funcionales de especial importancia guardan también relación directa con este proceso característico de ese período de nuestra historia. La coordinación de políticas en la producción de cobre al nivel de países en desarrollo, que fuera impulsada por Chile como el principal productor dentro de ese ámbito, llevó a la creación del Consejo Intergubernamental de Países Exportadores de Cobre. La política de vinculación de América Latina con el Pacífico es también una creación del abierto espíritu cultural de Chile, como lo es la concepción de la Soberanía Permanente sobre los Recursos Naturales llevada al seno de las Naciones Unidas; la discusión sobre la actuación internacional de las Empresas Transnacionales o las contribuciones al desarrollo progresivo del Derecho Internacional, entre muchas otras manifestaciones.
Todo ello nos permite afirmar que son pocas las iniciativas destinadas a fortalecer la identidad de América Latina en las que haya estado ausente la capacidad creativa y el intelecto de nuestra sociedad y de sus hombres en esa fructífera etapa de nuestras expresiones internacionales.
2. El pasado de los años ’60
Posteriormente, nuestro pensamiento internacional de los años ’60 se orientó sobre la base de tres concepciones fundamentales: la vocación universal de la acción internacional de Chile; la vinculación especial con las naciones en desarrollo, sin menoscabo de la tradición de nuestro país como nación occidental; y la solidaridad regional latinoamericana. En el contexto de estos lineamientos, Chile se adelantaba en casi veinte años a la visión internacional que después llegó a consagrarse en América Latina.
Mediante la universalización de la política exterior, Chile logró superar el marco más limitado que tradicionalmente había guiado nuestras relaciones con Europa y los Estados Unidos, para expandirse hacia todos los centros de poder y regiones que venían a caracterizar la multipolaridad del mundo de postguerra. No sólo se aplicaría este concepto en el ámbito de las relaciones bilaterales, sino que también se apreció en el desempeño de nuestra política multilateral y en el actuar ante las organizaciones internacionales, con particular referencia a las Naciones Unidas.
Como corolario natural de esa orientación universal, surge simultáneamente una vinculación especial con las naciones en desarrollo, entre los cuales Chile adquiere un papel prominente. La importante contribución de nuestro país a la Política de Descolonización emprendida en el ámbito de las Naciones Unidas, el progresivo establecimiento de relaciones diplomáticas con un número creciente de Estados, nuestra política exterior económica o el inicio de la apertura y presencia de Chile en el Pacífico, son algunas instancias destacadas del período.
Todo lo anterior estuvo enmarcado en el concepto básico de la solidaridad regional, que fuera posición permanente de la política exterior chilena durante ese decenio. Iniciativas tan importantes como el Desarme Latinoamericano, en que la "Doctrina Alessandri" abriera el camino que habría que conducir al Tratado de Tlatelolco y la desnuclearización regional, o la creación de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio como primer esfuerzo destinado a facilitar la integración económica regional, o la conducción de una política vecinal cooperativa e inspirada en el genuino propósito de la solución pacífica de controversias, son todas expresiones de una labor proyectada con vigor al escenario más amplio de las relaciones internacionales.
El equilibrio e imaginación con que se condujo la política exterior de Chile dieron como resultado un significativo prestigio para nuestro país en la comunidad internacional, afianzando así una tradición histórica esencial para nuestra independencia y soberanía. La visión de la política exterior de los gobiernos de la época fue fiel reflejo de su actuación en el plano nacional y como tal constituye un eficiente complemento de nuestro quehacer político, económico y cultural. Política interna y externa se integraron durante las presidencias Alessandri y Frei Montalva en un concepto único de bien público y de interés nacional.
Especialmente destacable en los años ’60 son las concepciones que Chile expone al más alto nivel internacional, en la Asamblea General y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, del cual formamos parte en 1961 y 1962; y en la primera Conferencia Mundial de Comercio y Desarrollo, en Ginebra. Estas concepciones fueron las siguientes:
1. Universalización de las relaciones internacionales de Chile. Sostuvimos que las relaciones diplomáticas de Chile sólo estaban determinadas por el interés nacional, con sentido de pluralismo, sin sujeción a prejuicios ni esquemas ideológicos; y que tales relaciones no podían ser patrimonio exclusivo de las grandes potencias.
2. Respeto universal de los derechos humanos y de la autodeterminación de los pueblos. Uno de los principios más firmes y más activos de la política internacional de Chile fue en la época el respeto a la autodeterminación. Siempre dimos respaldo moral a los pueblos que trataban de superar la etapa colonial. Asimismo, para Chile constituyó un objetivo básico de su política la salvaguardia Internacional, la salvaguardia de los derechos humanos.
3. "Pacifismo Activo". Ninguna controversia, por difícil que sea, debe quedar al margen de una solución pacífica. Ningún problema carece, de arreglo, con tal que exista en las partes la voluntad sincera de encararlo con sentido realista y con sujeción a normas de derecho. Este criterio, de pacifismo esencialmente activo, dictó nuestras actuaciones.
4. Mayor equidad en las relaciones económicas internacionales. La idea de un mundo con un enorme potencial tecnológico concentrado en un grupo relativamente reducido de países mientras el resto permanece en el atraso, repugnaba a la conciencia de nuestro tiempo. Afirmamos entonces que el progreso en las relaciones políticas no había ido acompañado por un avance paralelo en las relaciones económicas. En el orden político, la Carta de San Francisco y la Organización de las Naciones Unidas habían significado, indudablemente, un equilibrio menos precario en la comunidad internacional. Sin embargo, en esos años no se establecieron líneas fundamentales de equidad que regularan el comercio internacional y las relaciones económicas entre naciones de diverso grado de desarrollo. Chile fue el autor de la idea fundacional del Grupo de los 77.
El 9 de diciembre de 1966 la reina Isabel 11, en su calidad de árbitro, dictó una sentencia en el litigio entre Chile y Argentina sobre la región de Palena. La sentencia, que acogió parte de las pretensiones de uno y otro país fue debidamente cumplida.
El Régimen Militar (1973-1989), tuvo naturales limitaciones para adoptar iniciativas internacionales, y debió actuar prácticamente a la defensiva. Sin embargo, cabe consignar su importante apoyo al comercio internacional de Chile, consecuencia de una política económica de apertura, impulso y diversificación de nuestras exportaciones; el inicio de una política oceánica y la avanzada concreción de una estrategia hacia el Asia-Pacífico.
Durante este período el Gobierno de Su Majestad Británica decidió como árbitro la controversia entre Chile y Argentina sobre la región del canal Beagle. El Laudo, de 18 de abril de 1977, reconoció la soberanía chilena sobre las islas Picton, Lennox y Nueva. Insatisfecho con el Laudo, el Gobierno argentino lo declaró insanablemente nulo. La actitud argentina ocasionó una grave tensión entre ambos países que los tuvo al borde de la guerra. Felizmente, la misión de paz enviada a las dos naciones por el Papa Juan Pablo II en la persona del cardenal Antonio Samoré, permitió que ellas aceptaran recurrir a la mediación de la Santa Sede. La gestión mediadora permitió que, después de arduas negociaciones, celebraran el Tratado de Paz y Amistad de 29 de noviembre de 1984. En este Tratado Argentina reconoce tácitamente la validez del Laudo británico.
3. Las propuestas de los años ’90
A comienzos del presente decenio, el objetivo fundamental de la política exterior de Chile en un contexto democrático fue garantizar los siguientes valores:
- la seguridad política y económica de la nación sobre la base de su participación efectiva en las relaciones internacionales del ámbito vecinal, regional y mundial, incluyendo dentro de este marco las necesidades de la defensa nacional;
- la independencia real del país en el manejo de sus opciones políticas y en la conducción de su política económica, buscando las formas de concertación que sean compatibles con esta finalidad; y
- la cooperación internacional, en sentido amplio, como base del entendimiento político y de la promoción del desarrollo sin imposiciones y de la renovada efectividad de los vínculos con el conjunto de las naciones de América Latina. Tales propósitos se caracterizaron también en lo que se denominó la reinserción internacional de Chile.
- En la consecución de este objetivo se concilia la necesidad del cambio derivado de una nueva realidad nacional e internacional con la adecuada continuidad de los intereses permanentes de Chile, según éstos han sido forjados por su historia, su geografía y su cultura. Sobre esta base es que Chile valoriza su identificación histórica con la civilización occidental, a la vez que reconoce su comunidad de intereses con las naciones en desarrollo y su condición específica de integrante del concierto latinoamericano.
Todo lo anterior determina las líneas permanentes de la política exterior chilena y la reafirmación de sus principios esenciales del respeto al Derecho Internacional, y a los Tratados y compromisos internacionales; solución pacífica de controversias; igualdad jurídica de los Estados; observancia de los derechos fundamentales del hombre, cooperación internacional; no intervención en los asuntos internos o externos de los Estados; derecho de autodeterminación de los pueblos y la solidaridad y justicia en las relaciones económicas internacionales.
- Las condiciones y modalidades de la política internacional a escala global habían sido objeto de cambios substanciales en las dos décadas anteriores. Ahora Chile debía ajustar su política exterior a esta nueva realidad, evitando alineamientos dogmáticos contraproducentes para sus intereses y promoviendo activamente un enfoque objetivo basado en el pluralismo, la diversidad y la cooperación pacífica.
- Para este efecto se hacía necesario un renovado entendimiento con los Estados Unidos, no solamente respecto de los problemas bilaterales sino también acerca de una política relativa a la región latinoamericana en su conjunto. De la misma forma, cobra vigor la concepción de que nuestro país no debería seguir de manera incondicional las orientaciones de política o estrategias que se definan de acuerdo a la percepción e intereses de esa potencia mundial, sino identificar sus propias orientaciones, que podrán o no ser coincidentes con las primeras. Ello supone de parte de Chile el diseño de una política respecto del orden global, incluyendo por cierto el ámbito continental y su correspondiente reflejo en la política exterior.
- La reintroducción del equilibrio político en nuestras relaciones internacionales procuró inmediatamente el restablecimiento de las relaciones diplomáticas y comerciales con la ex Unión Soviética, en el entendido de que ellas se fundarían en el respeto mutuo. Esta medida supuso igualmente un esfuerzo de parte de la política exterior chilena en cuanto a comprender a cabalidad los cambios internos de esa importante nación, las nuevas orientaciones de su política internacional y sus implicaciones estratégicas y económicas. Con la misma óptica internacional habíamos actuado en los años ’60 respecto de la gran potencia China.
En este período reciente deberíamos registrar como importantes alcances de la política exterior de Chile:
- Su incorporación, como Miembro Asociado al MERCOSUR.
- La suscripción de acuerdos de libre comercio o complementación económica con Canadá, México, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia.
- Acuerdos iniciales con la Unión Europea.
- Una articulada política hacia el Pacífico y la gestación del ingreso de nuestro país al APEC.
- El inicio de la concepción sobre Corredores Bioceánicos que proyecten la infraestructura física vinculante entre el centro sur-oeste del Brasil, con Paraguay, Bolivia, el norte de Argentina y los puertos chilenos y peruanos del Pacífico.
- El acuerdo entre Chile, Argentina y Brasil sobre proscripción de armas químicas y bacteriológicas; así como el ingreso pleno de las tres potencias al Tratado de Tlatelolco.
- La celebración con la República Argentina de acuerdos para solucionar ciertos problemas de límites entre ambos países. El acuerdo sobre Campo de Hielo se encuentra pendiente de aprobación legislativa. El arbitraje sobre la región de Laguna del Desierto fue totalmente desfavorable para Chile.
- Las impacientes y frustradas tratativas chilenas para el ingreso al NAFTA.
4. En el umbral del año 2000
Esta época de fin de siglo y comienzo del nuevo milenio se presenta llena de incertidumbres respecto de hacia dónde se encaminará la humanidad, salvo la evidencia sobre el continuo y creciente avance tecnológico. Lo que sí también aparece muy claro es que la interdependencia entre los Estados ha cobrado tal magnitud que no existe espacio para la acción aislada.
El sistema internacional que se ha ido construyendo está tipificado por una acentuada multipolaridad que obliga a todos los países a compartir sus responsabilidades internacionales con las demás potencias y regiones.
Uno de los rasgos característicos de esta nueva era es la acentuada tendencia hacia una mayor interdependencia económica que alcanza a todos los países. Nada escapa a la internacionalización. Nuestros países se están vinculando de manera cada vez más estrecha con formas culturales muy diversas. Y este proceso se ha vuelto tan dinámico, que es dable vaticinar que la revolución tecnológica nos afectará de manera cada vez más profunda en las próximas décadas.
Esta época pasará a la historia como aquella en que se impuso una economía globalizada. Su expresión más visible ha sido la tendencia constante a la ampliación de los espacios económicos, mediante la formación de áreas de libre comercio y uniones aduaneras. Este impulso que motiva a los países a asociarse en acuerdos regionales y subregionales obedece, precisamente, a la constatación de la imposibilidad de crecer aislados. El desarrollo debe darse necesariamente en comunión con otras economías.
Al asumir su mandato, el presidente Frei Ruiz-Tagle expuso al país tres grandes objetivos en materia de política exterior: Desarrollo del proceso de internacionalización de la economía chilena, que ya estaba en curso desde varios años antes y que su gobierno seguiría consolidando. La llamada estrategia de regionalismo abierto, cuya prioridad era fortalecer nuestras relaciones con la región latinoamericana sin detener el crecimiento de nuestros vínculos con otras regiones del mundo. El tercero consideraba que la apertura y la internacionalización necesariamente conllevan responsabilidades internacionales, que implican nuestra incorporación selectiva en un conjunto de temas de la política multilateral.
En materia de internacionalización, nuestro país tiene hoy un grado muy significativo de interdependencia con otras economías del mundo. Estamos empeñados en un programa excepcionalmente activo de negociaciones económicas internacionales que pretende asegurar el acceso de nuestros exportadores a los principales mercados del mundo y establecer garantías y un clima favorable para las crecientes inversiones chilenas en el exterior.
La relación económica con otros países y regiones es determinante para nuestra política económica interna y nuestro bienestar, pero ella debe ser perfeccionada para ingresar confiados al tercer milenio. Es imprescindible mantener el equilibrio de los mercados que Chile se ha esmerado en diversificar desde la década de los ochenta. Tenemos un comercio relativamente equilibrado con distintas regiones del mundo, lo cual nos pone en una situación de mayor estabilidad frente al eventual surgimiento de crisis regionales. Aproximadamente un tercio de nuestro comercio exterior se realiza con el Asia Pacífico y una cuota similar con los países de Europa. Asimismo, se observa una correlación comercial relativamente equilibrada con el 40 por ciento restante que se distribuye entre América del Norte y América del Sur.
Existe otra diversificación que también es importante cuidar e incrementar: la de productos. Chile siempre tuvo en el pasado una economía monoexportadora. Primero fue el salitre y, después, el cobre. Sin embargo, en las últimas décadas, las exportaciones de cobre –que se han incrementado– han disminuido su participación en el comercio exterior, representando ahora 40 por ciento del total. Ello, debido a que hemos entrado con considerable fuerza a los mercados mundiales con nuevos productos, como los agroindustriales, forestales, hortofrutícolas y del mar.
Los esfuerzos hacia el Bicentenario deben concentrarse en perfeccionar estas dos diversificaciones. Por un lado, es necesario ampliar e intensificar el número de países que reciben nuestras exportaciones en cada área geográfica. Debe recordarse que si bien las exportaciones chilenas llegan a más de 140 países, sólo 10 de ellos reciben prácticamente el 80% de lo exportado.
Por otra parte, la diversificación también debe alcanzar a la producción. Todavía exportamos muchas materias primas con poco valor agregado. Aunque hemos realizado progresos importantes, aumentando nuestras exportaciones de manufacturas, todavía somos, en lo fundamental, exportadores de materias básicas. Asimismo, la inserción internacional de Chile, apoyada en catorce años de crecimiento ininterrumpido, está ligada de manera indisoluble a las políticas de desarrollo interno que lleva adelante el Gobierno y que asocia al sector privado en parte importante.
Una de las necesidades fundamentales en este ámbito será contribuir, como miembro asociado, a fortalecer la experiencia del MERCOSUR. No nos deberían impulsar solamente razones económicas. Estamos convencidos de que nuestra vinculación con el MERCOSUR tiene también un fuerte sentido estratégico, porque este mecanismo se encuentra en nuestro entorno geográfico inmediato y por tanto tiene implicancias directas para la seguridad del país.
Además, tenemos como socios estables a Argentina y Brasil lo que trae aparejadas profundas proyecciones que llevan a un rediseño de los escenarios geopolíticos que han predominado desde el siglo XIX. Esta nueva inserción representa nuestra respuesta a un cambio cualitativo muy profundo que se registró en los vínculos entre esos dos países sudamericanos, los cuales transformaron una relación marcada por una fuerte rivalidad en una verdadera alianza económica y estratégica, cambio que no puede ni debe ser ignorado por nuestras políticas exterior y de defensa.
Estamos convencidos de que la asociación de Chile al MERCOSUR va a acelerar procesos similares de otros países a este grupo y, en definitiva, podremos llegar a nuestro Segundo Centenario con un recurso de negociación e inserción global mucho mayor que el que podemos tener cada uno por separado dentro de nuestra región sudamericana.
Este proceso no se agota con la integración económico-comercial. Es un imperativo estratégico mejorar cada vez más el ritmo de la integración física. Éste es un continente que tiene pocos vínculos de infraestructura entre sí; escasas carreteras, pocas redes energéticas comunes e insuficientes conexiones aéreas y marítimas. Precisamente debido a nuestra ubicación periférica y lejanía de los grandes centros de la economía mundial, nuestro país tiene necesidad urgente de mejorar su integración física y de servicios con su entorno.
En ese contexto, especial relevancia adquiere nuestra relación con los vecinos. Con Argentina, los vínculos han experimentado en los últimos años un salto cualitativo. La naturaleza misma de la relación se ha modificado tanto por voluntad política mutua como por la progresiva interdependencia de ambas economías. Se calcula que entre 1990 y 1998, la inversión de las empresas chilenas asciende a cerca de cinco mil millones de dólares, lo que representa aproximadamente la mitad de las inversiones chilenas en el extranjero. Hemos desarrollado una progresiva integración física y energética: el flujo turístico es creciente y los vínculos empresariales son cada vez más importantes.
Con Bolivia, los acuerdos económicos han puesto nuevo marco a la relación bilateral. La inversión chilena alcanza en la actualidad trescientos millones de dólares, monto que no deja de ser considerable dado el nivel de la economía boliviana.
En cuanto a Perú, el proceso de recuperación económica que ha vivido ese país se ha traducido en avances importantes en los vínculos bilaterales. Se han materializado inversiones chilenas por cerca de tres mil millones de dólares, lo que representa cerca del 25% del total de las inversiones chilenas en el extranjero, y se acaba de negociar exitosamente un acuerdo de complementación económica. El comercio bilateral es de proporción 3 a 1 favorable a Chile. Se espera reanudar las negociaciones para dar cumplimiento a las dos cláusulas pendientes del Tratado de 1929 y su Protocolo Complementario. La demora que se ha producido en este ámbito no es de nuestra responsabilidad. El régimen legal de estas obras deberá tomar en cuenta que están en territorio en el que Chile ejerce plena soberanía. Las obras están ya concluidas a plena satisfacción del Perú.
En un plano más general, está claro que política y económicamente somos una nación abierta al mundo. Nuestra estrategia para con el MERCOSUR tiene, evidentemente, estrecha relación con la que hemos llevado adelante con el resto de los países de América Latina a través de acuerdos de Complementación Económica con Bolivia, Colombia, Ecuador, Venezuela, México y Perú. Los estamos adelantando con Panamá y Centroamérica.
Hemos planteado esta estrategia como una política de "regionalismo abierto". No queremos una América del Sur encerrada dentro de sí misma. No deseamos que nuestra cooperación y nuestros acuerdos con América Latina estén desvinculados de otras regiones del mundo. Y de ahí nuestra insistencia en consolidar la participación de Chile en APEC. También podemos destacar que se suscribió el acuerdo marco con la Unión Europea. Chile concretó otro acuerdo de libre comercio con Canadá. Con respecto al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), sabemos que estos procesos corren lentos y complejos.
Actualmente América Latina, Estados Unidos y Canadá, están abocados a buscar una fórmula más amplia de integración continental –el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas, ALCA– que, de llegar a perfeccionarse, nos permitiría acceder al tercer milenio mejor preparados para competir y más comprometidos con los destinos de la región. El espacio económico del ALCA abarcaría un área y un mercado de más de 750 millones de personas, lo que representaría inmensas oportunidades de crecimiento y prosperidad económicas para nuestro continente en el tercer milenio, especialmente si se tiene en cuenta que los mercados latinoamericanos están entre los de más rápido crecimiento en el mundo.
Chile asumió la responsabilidad de preparar la II Cumbre Hemisférica de abril pasado. Esta reunión, que congregó a los jefes de Estado y de Gobierno de 34 naciones americanas busca estructurar una nueva relación sobre la base de cuatro pilares centrales.
- La defensa y consolidación de la democracia en el continente americano. El nacimiento y la evolución del sistema Interamericano están indisolublemente ligados a la defensa de la democracia y de los derechos humanos.
- La liberalización del comercio y la promoción de las inversiones. Se aprobó la idea de que durante esta Cumbre se comiencen las negociaciones encaminadas al establecimiento de un Área de Libre Comercio para las Américas, que propenderá a la eliminación progresiva de las barreras de todo tipo al comercio de bienes y servicios y a la inversión, negociaciones que deberían concluir en el año 2005.
- La erradicación de la pobreza y de cualquier forma de discriminación en el hemisferio, ámbito que incluye asimismo la protección del medio ambiente.
Los logros políticos y económicos que hemos alcanzado en nuestra región sólo cobran sentido si implican un mejoramiento sustantivo de las condiciones y oportunidades de vida de la mayoría de nuestros ciudadanos. El crecimiento económico debe conciliarse con la reducción de las desigualdades sociales. La transformación productiva que se está llevando a cabo en nuestros países sólo será sostenible en el tiempo en la medida en que alcancemos mayores niveles de equidad.
El cuarto pilar se refiere a la educación. El mundo está inmerso en una revolución científica que está modificando las demandas de recursos. Las industrias de mayor desarrollo son las que tienen que ver con la microelectrónica, la biotecnología, las telecomunicaciones, la aeronáutica civil, las computadoras. Hay que concluir que para perdurar como países y como región es necesario privilegiar la educación y una formación más calificada. El crecimiento en el siglo XXI se sustentará fundamentalmente en la capacidad intelectual del hombre. La mano de obra no calificada será cada día menos relevante en el proceso de producción.
Así, desde una perspectiva más universal, la política exterior de Chile se proyecta hacia el inicio del siglo XXI a través de un esquema de orientaciones que contempla:
- Culminar la recuperación de la imagen internacional de Chile sobre la base de una respetable política de principios;
- El desarrollo de una política económica internacional que mantenga la apertura externa, sirva de apoyo al crecimiento y proteja nuestra autonomía nacional;
- La plena reinserción del país en la comunidad internacional, estableciendo relaciones activas con todos los países del mundo y desarrollando nuevamente una presencia creativa en los organismos internacionales;
- El impulso de la cooperación regional y subregional en América Latina; y
- La aplicación de una nueva concepción de seguridad quefortalezca la democracia, la cooperación y la paz en la región.
Asimismo, a los principios y valores matrices y tradicionales de su política exterior nuestro país agrega con especial énfasis:
- El respeto universal de los Derechos Humanos,
- El pluralismo Ideológico en las relaciones entre Estados;
- La vigencia de los valores democráticos;
- La condena al Terrorismo y la Cooperación Internacional para su represión, y
- La oposición a toda forma de Racismo o Colonialismo.
5. Ideas de agenda para la política exterior de Chile hacia el segundo centenario de su independencia
1. A Chile le han sido históricamente valiosas y consecuentes la consistencia y práctica de los principios fundamentales de su política internacional. Esto es destacable aún más, si tomamos en consideración la ubicación y aislamiento geográficos del país, además de su accidentada y compleja relación con sus vecinos en la mayor parte de su historia republicana.
La política externa fundada en tales principios ha brindado a Chile prestigio y respetabilidad, especialmente en la era de la cooperación multilateral y de los organismos internacionales, y ha aumentado considerablemente su seguridad, presencia y prestancia internacionales.
2. Una política exterior basada en principios, junto a una real unidad nacional que los sostenga y apoye, es la mejor garantía de la autonomía de Chile como nación y de su independencia para relacionarse internacionalmente. La Autonomía es en definitiva el principio de los principios; a su vez, sin unidad nacional no hay presencia externa sólida, reconocida y con capacidad vinculante o negociadora.
La experiencia del país y la evolución de la vida internacional contemporánea confirman que junto a los principios aludidos, hay políticas que Chile debería profundizar:
3. La Estrategia del Pacifismo Activo, la Noción de la Universalización de las Relaciones y la Afirmación de la Democracia: tanto en el orden diplomático y geográfico, como en los aspectos sustantivos que tales vínculos significan.
4. Chile deberá continuar desarrollando el proceso de internacionalización de su economía. Acentuar la estrategia de regionalismo abierto, que junto con privilegiar nuestras relaciones con Latinoamérica, active el crecimiento de nuestros vínculos con las otras regiones del mundo.
5. Chile tendrá una posición activa para el cumplimiento de los propósitos y metas de la 11 Cumbre de las Américas; así como un rol prominente en el establecimiento del ALCA.
6. En la etapa que se proyecta, nuestra política exterior debería contemplar también, tres objetivos prioritarios; a saber:
- La Integración Sudamericana.
- La Estrategia Asia-Pacífíco, y
- Los Corredores Bioceánicos.Estas metas de evidente progreso, complementación y desarrollo, a su vez permitirían atenuar considerablemente la situación de la mediterraneidad boliviana, facilitando el polo de desarrollo en la confluencia de Chile, Bolivia y Perú, entre los paralelos 15 y 25 de latitud sur.
7. Para Chile no habrá posibilidades de más activa participación en los esfuerzos de integración sudamericana, si no consolida a su vez mejores vínculos de vecindad con Argentina, Perú y Bolivia. Éstas son las fronteras terrestres de Chile.
Existen las otras tres vecindades que están determinadas por el Mar, la Antártica y el, Espacio. Las políticas especiales en estos otros ámbitos se han dirigido siempre con especial competencia; habrá de continuarlas; existe un registro histórico acerca de cómo nuestro país ha contribuido sucesivamente al progreso y desarrollo de tales materias, con apego al derecho y a la excelencia científica y profesional. Así, nuestro entorno y vecindad incluyen seis dimensiones que hay que cuidar y desarrollar en paz y fructífera solidaridad.
Imagino que transitaremos al nuevo milenio superando la Hipótesis Vecinal 3 (H.V.3.), que fue una pesadilla estratégica formulada desde el siglo XIX en base a una contingencia de guerra con los tres países vecinos simultáneamente.
8. La filosofía y estrategia de nuestras relaciones con Argentina, Perú y Bolivia deberán fundarse en el respeto y admiración a las expresiones soberanas y a los legados culturales de sus pueblos, en la vecindad indisoluble entre Chile, Argentina, Bolivia y Perú, la necesidad consecuente de una cooperación indispensable entre estas naciones, afirmada sólidamente en intereses compartidos; y la presencia de escenarios múltiples para una más fructífera relación hacia el siglo XXI.
Esta relación se ha constituido en los últimos años, en la más completa y de acelerada integración que exhibimos en América Latina.
Se trata de una vinculación que ha cambiado en forma considerable, pasando de los tradicionales vínculos políticos y diplomáticos, en varios períodos débiles y a veces traumáticos, a una relación más universal, de escenarios múltiples, enriquecida por los factores económicos, comerciales, financieros, de los transportes y del turismo. Lo cultural, los intercambios académicos y los vínculos castrenses entre las instituciones de la Defensa Nacional también se han acrecentado alcanzando niveles notables.
Esta nueva etapa y las actuales dimensiones de la relación entre Perú y Chile invitan lógicamente a ubicar el tema de las Cláusulas pendientes del Tratado de 1929, en su justa perspectiva. Antes era prácticamente el tema de la relación. Hoy es uno de los temas y, para muchos, no el principal.
Hasta hace poco, si había desentendimientos políticos a propósito de esta materia, se deterioraba todo el vínculo bilateral. Hoy, incidiría solamente en uno de los variados y múltiples aspectos de la relación entre Chile y Perú.
Es evidente que todavía no se superan las distancias y suspicacias, consecuencia de tradiciones, atavismos y de una historia de conflictos entre ambos países. Hay que trabajar incansablemente en base a que tales desconfianzas e inconvenientes existen, pero con la certeza ahora, de que se han incorporado a la relación bilateral otros factores en el umbral del año 2000, y todos muy positivos.
9. Por otra parte, es evidente la fuerza que ha adquirido el proceso que podríamos tipificar como de privatización en las relaciones internacionales. Estamos constatando la presencia de instancias de decisión y concertación de naturaleza privada con gran incidencia sobre el accionar internacional. Al mismo tiempo ocurre que el espacio de influencia internacional de las políticas exclusivamente gubernamentales es cada vez más reducido. Ha surgido un sinnúmero de circuitos privados que desarrollan labores internacionales con diversas formas de autonomía y relacionamiento entre sí y con los gobiernos. Destacan los empresarios, los banqueros, los comerciantes, y los agentes culturales.
Algunas dimensiones son conocidas como la enorme influencia de la banca internacional y de las grandes empresas, la articulación de las internacionales políticas o la tradicional presencia de las iglesias y movimientos espirituales a través de las fronteras.
Cada vez se tiene más la impresión de que las entidades privadas han sido más ágiles y perceptivas que los gobiernos para enfocar e identificar los emergentes problemas comunes de la humanidad.
La nueva conciencia ecológica mundial y el reconocimiento de que la defensa de los derechos humanos no tiene fronteras; la necesidad de repensar los esquemas de seguridad ofensivos, así como la generalización de la aspiración democrática; la expansión de las demandas para la incorporación más plena de la mujer al desarrollo, son sólo algunos ejemplos en esta dirección.
10. Las situaciones descritas plantean grandes desafíos a Chile como expresión nacional; al Gobierno y su Cancillería como orientador y articulador orgánico; y a la variada gama de instituciones y sectores privados. Estamos en presencia de una vida internacional con escenarios e interlocutores múltiples que exigen la coordinación y la incorporación inteligente de todos los actores a nivel nacional.
Ésta es una gran tarea permanentemente renovada entre el Estado, las Empresas, las Universidades, las Fuerzas Armadas, los Centros de Investigación Privados, para contribuir a una estrategia nacional compartida, que aumente significativamente la participación de Chile en el espectro internacional.
La inserción internacional de Chile no es tarea exclusiva del Ministerio de Relaciones Exteriores. La responsabilidad es colectiva. Es una misión nacional. Ella debe ser asumida por todos los sectores de la sociedad. Especialmente por el privado que, contando ya con acuerdos referenciales para continuar su activo proceso de incorporación en los más diversos países y bloques comerciales del mundo, debe intensificar sus esfuerzos y mejorar su competitividad para conquistar los mercados.
6. Fundamentos históricos de la política exterior de Chile
Si entendemos que la comprensión real de las relaciones internacionales excede hoy las formas tradicionales de la vinculación entre Estados soberanos con capacidad de decisión autónoma, para abarcar el conjunto de las interacciones que pueden producirse entre sociedades consideradas como un todo y aquellas que se desarrollan entre grupos y valores de esas mismas sociedades, podemos aceptar que la educación y la cultura son y han sido factores fundamentales de la asociación entre los pueblos. Éstos que logran esa definición y connotan con esfuerzo perseverante claramente su nacionalidad, adquieren una segura vocación de apertura, comprensión y entendimientos, que les posibilita una integración en espacios mayores para ampliar sus perspectivas de desarrollo en unión con pueblos hermanos.
Creo que en Chile esa condición se dio desde los albores de la República y definió una vocación internacionalista, vigente durante la mayor parte de su curso histórico.
¿De qué otra manera puede explicarse la importante proyección de Chile en el mundo internacional?
Pensemos un poco a nuestro país, y en un ejercicio de sensata objetividad revisemos los datos fundamentales que lo definen. Estamos ubicados en uno de los extremos del mundo, y antes lo estuvimos mucho más; disponemos de un territorio de mediana dimensión que exige un gran esfuerzo para aprovechar su relativa dotación de recursos naturales, hemos dispuesto de una población más bien reducida en la comparación latinoamericana.
Sin embargo, este país con esas características ha tenido una inserción internacional cuya presencia, en términos objetivos, podría decirse que ha trascendido los datos concretos de sus posibilidades.
Esto ha sucedido porque en las relaciones internacionales hay aspectos tangibles e intangibles. En nuestro caso, la presencia de Chile en la vida internacional ha surgido y tomado una dimensión mayor, debido en gran parte a los aspectos intangibles de dichas relaciones y que se refieren básicamente a la capacidad de ciertos grupos para vincularse ejerciendo mutuas influencias y actuando en un sentido particular. La proyección internacional de Chile ha sido una expresión de apertura, de capacidad receptiva a la cultura universal y de generosidad a su vez para abrirse a aquellos que algo podían recibir de su propio trabajo.
En esencia, sólo una nación culturalmente integrada puede proceder a una vinculación no dependiente dentro del sistema internacional.
Por eso el nuevo orden internacional es cada vez más una relación cultural, a diferencia de la relación interestatal que, perfectamente bien, podría ser comprendida como una relación de política pura. La complejidad del mundo contemporáneo ha hecho, en cambio, que hoy la política internacional esté tan inmersa en lo social y en lo económico como en lo cultural y en lo educacional, de modo que es bien difícil separar lo específicamente político del resto de los contenidos.
Muchos factores han determinado esta fundamental transformación. En primer lugar, el paso de un mundo dominado por consideraciones de seguridad estratégica y por la confrontación entre las dos superpotencias, como el de la postguerra, a otro signado por la búsqueda de la distensión y por una atmósfera más favorable a la prosecución de otros intereses –económicos, tecnológicos, ecológicos y culturales– en las relaciones entre los Estados.
Los Estados nacionales se comprometen con una gama de objetivos cada vez más amplia y más compleja, que junto a la seguridad nacional incluyen el desarrollo económico y la identidad cultural de sus países, y que pasan a gravitar decisivamente en sus relaciones externas. En el plano internacional, el mundo rígidamente jerarquizado del período de postguerra cede paso a un mundo multipolar.
Un país volcado hacia el mundo, para lograr perfeccionar su propia identidad y para resguardar activamente su interés nacional, requiere un cierto contexto internacional que garantice establemente la paz y la concordia universales.
Y este contexto se verá favorecido por un código de principios basado en la educación y la cultura. Chile tiene una tradición en este campo, y la supo usar positivamente para establecer su vocación internacional, vocación muy interesada, pues se orientó conscientemente para el fomento de la integración y la amistad y el logro supremo de la paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario